Introducción a mi novela Así es la vida amor mío, publicada por Pijao Editores en su
colección Maestros Contemporáneos.
Detrás de mi novela
Así es la vida amor mío
Todas las búsquedas
que he hecho en mi vida para compartir con mis contemporáneos la cotidianidad
que me impresiona me llevó, por los vericuetos de la investigación,
inevitablemente a la Historia. Y así como descubrí que la vida cotidiana se
falsea o se distorsiona en la mirada de cada cual, la historia oficial también está
plagada de ausencias, desconocimientos, falsos paradigmas y personajes
mentirosos.
Basta un poco de
curiosidad para husmear en documentos y archivos y encontrar la otra historia
o, como se dice vulgarmente, descubrir lo que no está escrito para inventar lo
que hace falta a punta de imaginación, creatividad y valentía.
Eso me pasó con
esta novela. Desde muy niño oí a Serafín Sánchez Vargas, mi padre, hablar de
Reynaldo Matiz y de su sacrificio. Su admiración y su afinidad eran políticas.
Sin embargo, muy fragmentado era su recuerdo sobre este héroe regional y era
también muy poco el acervo bibliográfico del cual podía disponer para conocer
esa vida y ese sacrificio. Presentía que mi padre lo engrandecía más de lo
debido y tal vez por eso me sentía impedido para escribir semejante historia.
Sólo hasta 1990,
cuando Jonathan de la Sierra (seudónimo de Jorge Alirio Ríos, periodista y
escritor tolimense, de Chaparral, radicado en Neiva) publicó una biografía de
Reynaldo Matiz bajo el título de “El Fusilado de Tibacuy”, volví a vibrar con
el tema y a querer saldar la deuda con mi padre en honor a su recuerdo.
Fue entonces cuando
le dije a Jonathan: “Tú ya tienes todo el material. O escribes tú la novela o
la escribo yo”, y él me respondió, con la humildad de los grandes, “escríbela
tú” y me facilitó la documentación.
Así me embarqué en
la tarea de novelar la vida de un personaje fuera de serie, con la obligación
de no caer en la tentación de exaltarlo más allá de lo humano, pero con la
libertad de crear los elementos necesarios para rellenar los inmensos huecos que
el desprecio político y la indiferencia habían instaurado con el legado de su
vida.
En esta oportunidad
mi coartada para recuperar la memoria de Reynaldo Matiz, personaje asesinado en
Neiva en la década de los años veinte, fue contar la historia desde la
perspectiva del asesino. Fue mi manera de humanizar al mito, aquel personaje
convertido en nombre de escuelas, colegios y barrios de la ciudad en Neiva,
pero desconocido por casi todos como pensador, como ser humano.
Tal vez a los que
les gusta las estatuas no les entusiasme mi planteamiento ni mi ambición de
descubrirlo con defectos y virtudes y prefieran que siga siendo estatua. De
todas maneras, sólo les pido a quienes quieran condenarme o salvarme en este intento
de volverlo presente, que lean la novela.
En palabras del
escritor y crítico Gustavo Adolfo Quesada, “lo
que se pide a un novelista, independientemente de su tema, sus soportes
estructurales, su técnica, su estilo, su visión del mundo y su perspectiva, es
que nos ofrezca el goce de un buen romance, para lo cual todo lo demás son
apenas premisas, las herramientas del taller, que la experiencia, el oficio y
el rigor deben disponer para el trabajo. Cuando leemos una novela buscamos por
el camino de la inserción en una buena escritura, el asombro, el placer, el
dolor, el goce en definitiva, que surgen de los planos cruzados del tiempo y el
espacio, de la verosimilitud, diferente de la veracidad, de la intensidad
dramática, del juego de las pasiones y del desenlace. En fin, le pedimos una
visión de la vida y de los hombres. En otras palabras, le pedimos poesía. Con
maestría y a partir de una polifonía de voces, de un juego de miradas distintas
(el narrador omnisciente, el informante o entrevistado, el monólogo interior de
Arcadio y la displicencia narrativa de Reynaldo, quien se sabe protagonista ante
su auditorio y quizás ante la historia y no tiene recato para construir su
imagen) Benhur nos conduce, con un lenguaje sobrio y exacto, con momentos de
alta poesía (el amor por Irenne, las nostalgias de París, el río Magdalena, la
cacería, el ascenso a la Sabana, el enamoramiento de la guerrillera), paso a
paso, avanzando y retrocediendo por el tiempo convencional, a la crisis y al
colapso, es decir, al momento que condensa la historia y las irracionalidades puestos
en escena en un sólo minuto. Es el destino: el de Arcadio, que no puede escapar
a las demandas del mundo, representadas en el imperio de su padre, y tiene que
asesinar a quien más se le asemeja; y el de Reynaldo, que acude al llamado de
la muerte sin un presentimiento. El tiempo de la narración es un crescendo que
va tejiendo la trama hasta la explosión final, hasta el balazo que no escucha.
Ahora sí entendemos el título en toda su significación. Son inútiles las
intenciones de los protagonistas”. (Boletín Cultural y Bibliográfico, Vol.XXXIII,
No. 42, Bogotá, 1996)
Para un escritor es
siempre sorprendente la manera como los lectores y, mucho más, los
especialistas, abordan y responden frente a la lectura de su obra. A veces lo
halagan, en otras lo desconocen, muchos se alegran o se molestan, según el
caso.
Para mí, siempre
será un honor que se ocupen de mi obra, cualquiera sea el sentido de su
comentario. Por ejemplo, Gustavo Barragán Perdomo, profesor y crítico
literario, comenta: “Benhur Sánchez
reconstruye no sólo la vida de este destacado personaje sino que retrata la
sociedad de principios del siglo XX con todas sus dificultades políticas,
económicas y religiosas: con sus odios, su intolerancia, sus masacres, que de
alguna manera ayudan a explicar el doloroso momento actual. Permite observar
una Colombia que intentaba despertar hacia la modernidad pero con el estigma de
unas estructuras coloniales en una sociedad aún decimonónica. La obra tiene
dentro de su escenografía la Guerra de Los mil días o De los tres años (1899-1902)
que enfrentó a liberales y conservadores en una confrontación fratricida que dejó
al país casi destruido y rotos sus valores fundamentales, en particular el
respeto por la vida. Sin embargo, Así es la vida, amor mío no es un libro de
historia. Los acontecimientos históricos le ofrecieron a su autor las
posibilidades para escribir una deliciosa novela que se lee de un jalón. Su lenguaje
es agradable y poético. Resultan de una particular belleza las descripciones
que se hacen sobre el viaje que hace Reynaldo de Neiva a Girardot por el río
Magdalena, en champán, y luego en mula hasta Bogotá. Benhur Sánchez, en esta
obra de madurez y en la que aprovecha recursos estilísticos heterogéneos,
alcanza un nivel de universalidad que le permite trascender lo estrictamente nacional.
(Puesto de Combate, Bogotá, Nos. 51-52, 1997)
Publicada la
novela, una noche de 1998 en Bogotá, en un acto cultural, se me acercó una
señora elegante, de edad avanzada, y me dijo que había oído decir que yo había
publicado una novela sobre Reynaldo Matiz y le interesaba conocerla. Luego de una
corta conversación me confesó que era hija de Reynaldo, que venía poco a
Colombia y que la familia, desde el asesinato de su padre, se habían refugiado
en Estados Unidos. Se imaginarán la emoción que me embargó en esos momentos. Me
explicó que recopilaba todo acerca de Reynaldo porque quería que sus nietos,
gringos por supuesto, tuvieran un conocimiento lo más completo posible de su
bisabuelo. Me dio sus señas en Bogotá y antes de que emprendiera el regreso le
hice llegar un ejemplar de la novela. Ella prometió comentarme sus impresiones después
de su lectura.
Nunca me escribió.
Aún tengo la duda de si no le gustó mi planteamiento literario y por eso su
silencio o por aquello de las premuras de su viaje mis datos se perdieron con
el papel donde consigné mi deseo de recibir esa confrontación tan importante.
Me lamentaba aún de
no haberla conocido antes de publicar la novela cuando supe que Irene Balas, la
esposa francesa de Arcadio Perdomo, vivía aún en Bogotá y tenía una boutique de
la cual derivaba su sustento. ¿Debí buscarla o dejar que fuera otra leyenda, de
esas que surgen alrededor de las obras literarias?
Sin embargo, por
encima de toda consideración, creo que le cumplí a mi padre con la escritura de
esta novela. Tal vez a él le hubiera gustado leerla aunque estoy seguro de su
incredulidad frente al planteamiento que utilicé para llevar a Reynaldo al
universo de la literatura.
Altos de Piedrapintada, Ibagué, 2014.