domingo, 12 de julio de 2020

Lectura de domingo


PROVERBO VIII
En cualquier sitio donde estés, ese será tu verdadero sitio. Disfrútalo.
Dijo que se llamaba Yuberney sin que ninguno se lo hubiera preguntado. Debía tener unos veinte años. O si era más la diferencia, la supongo bastante escasa. Digo yo, que a veces me gusta imaginar la vida de los otros. Lucía cabellera desgreñada hasta los hombros y desparramada en mechones, casi suelta, sobre la frente, tanto que ocultaba fastidiosa la expresión de sus ojos. Sólo cuando sacudió la cabeza y los mechones flotaron por unos instantes sobre su cara, pude verle los ojos, que me parecieron entre verdes y azules, como los de una gata en celo.
Su vestuario respiraba moda por todas partes, yines Levis, camiseta Lacoste y zapatillas Bosi. Y un bolso de cuero, terciado en su pecho, de la misma marca. ¿O era Vélez? ¿Quizás Arturo Calle?
—¿A qué te dedicas, Yuberney? —intenté descubrir sus intenciones.
—Oficios varios —me contestó altanero—. No creo que le importe.
Su voz era aflautada, como sin convicción, y su timbre contrastaba con su apariencia deportiva, de joven robusto, ejercitado en gimnasios o, por lo menos, en campos con aparatos de ejercicios. Cómo se equivoca uno, pienso ahora que recuerdo aquel episodio. Su ropaje era apenas una fachada.
—No queremos que nos interrumpas —le explicó mi amigo Alcides, todavía con el pocillo de café en el aire, a la altura de sus labios.
—Me gustaría compartir con ustedes…
—Pues no nos apetece —ripostó Efraín tamborileando sus dedos sobre la mesa—. Los hijos de papi no son bienvenidos en éste círculo. No te lo mereces.
—¿Cómo?
—Ustedes se creen más que los demás.
Sin mediar más conversación ni otra explicación, metió la mano en su bolso y sacó una pequeña pistola, que parecía de juguete.
—¡Son ustedes los que sobran en esta ciudad, malparidos! —exclamó rabioso.
Primero disparó a la pierna de Alcides y luego al brazo de Efraín, antes de salir corriendo, con la cabellera sobre los ojos, y una agilidad de atracador que me pareció indecente.
—¡Me jodió! —gritó Alcides desde el piso.
—¡Nos jodió! —exclamo al unísono Efraín, tratando de contener la sangre que manaba en su brazo..
—¡Nos jodimos! —les grité, a tiempo que observaba la silueta de Ananías, que se acercaba receloso a nuestra mesa en la terraza del café—. ¡Se llevó el celular que estaba encima de la mesa! ¡Llamen a la policía!
Por fortuna los dos no vieron comprometidos ninguno de sus órganos vitales y del susto, el rasguño, la sangre escandalosa y los madrazos sólo quedó la anécdota, que cada uno contó a su manera y creció con los chismosos casi al tamaño de una novela.
Como para que Ananías, pienso ahora sosegado, hubiera llegado temprano y observado la escena desde su impasibilidad creadora. Seguro que hubiera tenido tema para burlarse de Francisco, que cojearía hacia una narración más equilibrada, tal vez un minicuento. No una novela, a menos que inventara la vida de cada uno de los heridos, las acoplara, las contara y las uniera en el momento de los disparos, y agregara a la mujer de sus sueños a la escena, que no vio del todo porque no estaba presente.

miércoles, 8 de julio de 2020

Mi columna semanal ¿UN SÍNDROME MÁS?


Ya llevamos cien días resistiendo el confinamiento. Hemos acatado los protocolos que el gobierno ha estimado conveniente para proteger nuestra salud y nuestra vida. Y, también, asistimos a un desconfinamiento progresivo porque, a la par con la salud, se debe proteger la economía, que es la que nos provee los recursos para seguir la marcha.
Pues bien, a pesar de los brotes de incultura o, por qué no, de rebeldía, algunos impulsados por la necesidad y otros por la ignorancia, parece que vamos saliendo medianamente bien de la tragedia del coronavirus aunque con una estela de fallecimientos que, por fortuna no ha sido mayor por los cuidados antes mencionados de la ciudadanía.
Fue tan inesperado y sorpresivo, que no estábamos preparado para asumir el reto, sobre todo ante la incertidumbre de no saber hasta cuándo podrá prolongarse. Nos dicen que todo tenderá a normalizarse cuando aparezca la vacuna y empecemos a inmunizarnos de los ataques del invisible enemigo.
Además del desastre económico, este confinamiento no pasa impune por la vida de las personas. De las consecuencias que nos va dejando esta situación anómala, sobresale el miedo, muchas veces derivado en terror. Produce inestabilidad emocional y deriva en depresión. Nuestra sociedad comienza a experimentar esta enfermedad, en este caso de comportamiento y de inseguridad mental. Por decirlo de otro modo, un aumento de enfermedades psicológicas que alteran el normal comportamiento de los individuos.
Ya los científicos comienzan a nombrar esas consecuencias como síndromes. El primero que podría mencionar es el “síndrome de la inseguridad”, que significa que los individuos nos sentimos inestables y sin las herramientas necesarias para combatir el mal. Es como una minusvalidez frente al incierto futuro, que se agrava con el desconocimiento de la naturaleza del enemigo y la carencia de armas efectivas para alejarlo definitivamente de nuestras vidas.
También está el llamado “síndrome de Bernout”, que se traduce en la sobrecarga laboral que experimentamos las personas con el cambio de escenario para el trabajo. Los individuos nos sentimos agotados porque vemos que se ha duplicado y, a veces, triplicado el trabajo, el horario laboral es ahora indefinido, por lo que comienza el desapego y la falta de voluntad para cumplir con nuestro deber.
Está igualmente el “síndrome de la cabaña” que se da cuando comienza el desconfinamiento. Es el miedo a salir, de volver a la calle, de abandonar el refugio del hogar que ahora hemos compartido de manera tan intensa. Miedo a la gente, porque cualquiera puede contagiarnos, miedo a los demás porque no sabemos cuál nos acuchillará para robarnos en cualquier esquina.
Brotes de comportamiento que van a requerir de tratamiento y que ojalá el gobierno haya previsto, para que no padezcamos otra desgracia más en nuestro martirizado país.
Ibagué, miércoles 8, julio, 2020.

HABLEMOS DE LAS ESTATUAS


A raíz del atropello de la policía contra George Floyd en Estados Unidos, que lo llevó a la muerte, se desató en el mundo una oleada de protestas contra el racismo y, de paso, contra la desigualdad social.
Oleada que desató a su vez la exteriorización de un odio concentrado en el ser humano contra la historia y quienes erigieron desde el interior del tiempo, valores y poderes que poco han cambiado desde entonces. Las colonizaciones, por ejemplo, antiguas y modernas, que conllevan la humillación, los vejámenes más atroces y el sometimiento de los vencidos.
Esos valores y esos poderes se han perpetuado en las estatuas, que decoran las plazas del mundo y las casas y castillos señoriales, como símbolos de poder. Así, criminales y conquistadores depravados pasaron a la historia y se perpetuaron en monumentos, creando culto a la personalidad en muchos casos.
De ellas expresa desde Manizales el director de “Hoyos Editores”: “Con la estatua el hombre quiere elevar a la perpetuidad a un ser humano que estima como ejemplar. La estatua sería una especie de momificación en bronce o piedra ya que no se corrompe y sus valores simbólicos no los borrará el paso del tiempo. Erigir una estatua es visualizar un poder, una forma de pensar, una forma de sentir. Toda una idiosincrasia es colocada por encima de la gente”. ‎(Pedro Felipe Hoyos Körbel‎)
Derrumbar una estatua simboliza dominar el poder que representa, destruirlo, afirmar la revancha que los del común expresan frente a cientos de años de abusos y barbarie del poder.
Pero sucede que detrás de cada estatua, cada monumento, ya en mármol o bronce (símbolos de perpetuidad) hay un artista que creó la imagen del agraciado (o desgraciado) y supo poner en juego sus conocimientos y su arte: el escultor.
Destruir una estatua también es una afrenta al escultor, ese artista con seguridad contratado para erigir ese símbolo de la sociedad.
Desde tiempos inmemoriales los dignatarios, ya de la realeza o de la iglesia, contratan a los mejores artistas para perpetuar su imagen. Sucede en la actualidad, cuando los gobiernos contratan escultores para erigir los bustos o las estatuas de los personajes que, según su criterio, merecen perpetuarse en las plazas públicas o en los salones del ejercicio cotidiano de la autoridad.
De esta manera, pienso que no hay un pueblo que no tenga esos símbolos en su haber.
Por eso creo que destruirlas no sea la mejor opción, aunque la furia popular es impredecible. Retirarlas de las áreas públicas y conservarlas en otros sitios, no solo permitiría preservar la memoria histórica, por lo que representaron, sino también el respeto por el artista, sus conocimientos, su estilo, su capacidad de creación e, incluso, su historia personal.
El Nuevo Día, Ibagué, miércoles 1, julio, 2020.
(Fotografía: mi amigo Miguel, insultado por la ignorancia. Tomada de la Internet)

Mi columna semanal PANDEMIA DE IGNORANTES


¿Habrase visto mayor ignorancia que la nuestra? Esa horda de sedientos compradores, capaces de dar la vida por un aparato desechable, conseguible en cualquier momento sin tantas angustias y peligros de muerte, aunque sin el espejismo del descuento, es el reflejo más sobresaliente del estado de nuestra cultura.
Cultura del consumismo y la manipulación mediática, cultura de lo superficial y lo alienante.
Por unos pesos menos la gente, nuestra gente, es capaz de lanzarse al vacío sin medir las consecuencias. Si tuviéramos un mínimo de raciocinio entenderíamos que lo que nos ofrece el mercado es una ilusión, un falso ahorro, y que los generosos plazos de pago duplican o triplican el precio original de los productos.
Lo que ha hecho el gobierno ha sido un irresponsable manejo de la pandemia y el confinamiento. Hasta nos ordena por decreto qué medio de pago debemos utilizar. Nada de efectivo. Claro que el gobierno no está obligando a nadie a que decida comprar. Pero sí nos ha preparado para eso, para responder como el poder ha planificado que lo hagamos. Con los ojos cerrados, aún en contra de nuestra propia seguridad y dignidad.
Eso quedó demostrado con el famoso día sin IVA. Pero demostró, además, que no somos la sociedad que creíamos, avanzando poco a poco hacia una nación culta. Por el contrario, hemos retrocedido, significando que somos un país manipulado por quienes prefieren que seamos una masa manejable y dócil. En lugar de avanzar hacia estados más altos de conciencia, bajamos a las necesidades primarias de simples animales. Aunque, en verdad, más parece razonar un perro que nosotros.
No sabemos elegir qué es lo que se debe hacer. A nosotros nos ponen a hacer lo que buena mente nos ordenen. Estado de una sociedad más deseable para quienes gobiernan con la mira de su beneficio personal y de grupo y no en el futuro de la nación en su conjunto. Edad Media en pleno siglo XXI.
Somos una vergüenza para el mundo. El manejo del confinamiento, que por lo menos había detenido la expansión del virus, se ha roto por la insaciable ambición de la banca y el comercio que, en aras de su reactivación, sacrifican la noble causa de la salud general.
Este famoso 19 de junio pasado nos ha demostrado también que no éramos tan solventes como aparentamos durante tantos años. Somos un país de pobretones, sin capacidad de ahorro, que sacrifica su capacidad de decisión por unos plazos para adquirir beneficios mientras los corruptos hacen su agosto con el presupuesto nacional.
En medio de la manipulación se ha evidenciado que no solo soportamos el virus mortal, que crece sin control, sino también una pandemia de ignorancia que ojalá pudiera ser atacada de inmediato.
El Nuevo Día, Ibagué, miércoles 24, julio, 2020.
(Fotografía tomada de: El Nuevo día, Internet)

martes, 3 de junio de 2014

Introducción a mi libro Cuentos, antología personal, publicado por Pijao Editores en su colección Maestros Contemporáneos.

Detrás de mis Cuentos

Los seres humanos, cada uno en su momento, han vivido profundas crisis que los han llevado a responder de diversas maneras para desarrollar sus estrategias de supervivencia. Escribir es una de esas formas para lograr soportar los embates de la realidad. Y esta ha sido, en síntesis, parte de mi respuesta.
Es como si el escritor, al crear un universo imaginario, lograra dominar el universo real donde convive con la desgracia y al mismo tiempo con la alegría, con el odio y el amor, con la lealtad y la traición.
Por eso se dice que las obras reflejan el estado anímico del escritor, su estado íntimo, su manera de enfrentar cada paso hacia el éxito de vivir. En la medida de la constancia y la disciplina se logra ir dominando ese universo imaginario, esas mentiras que han de convertirse en las grandes verdades para los seres humanos que accedan a ese mundo ficticio, que ellos considerarán verdadero. El éxito del escritor está en que le crean sus ficciones y se apropien de ellas.
Pero, sobre todo, la disciplina para dominar las herramientas de creación, como el lenguaje. No importan, en realidad, los temas a través de los cuales se viertan los miedos y las esperanzas, sino la manera de abordarlos, el lenguaje a través del cual se van a comunicar y a visibilizar esos dramas y esos éxtasis que de otra manera serían desconocidos y a la postre inexistentes.
Por eso he escrito cuentos, pocos para el tiempo transcurrido, y por eso los reúno aquí como otra búsqueda y otro recuentro. Sin embargo, debo advertir que escribir cuentos para mí ha sido siempre una tarea sumamente difícil. Me falta capacidad de síntesis y me resulta engorroso escribir constreñido por el género.
A mi primer libro lo titulé “Los recuerdos sagrados” (1973), diez cuentos caracterizados por la unidad temática, anclados en la nostalgia de mi región natal y deseosos de testimoniar las secuelas del pavoroso período de la Violencia. Creo que lo logré. Algunos de ellos fueron mencionados en concursos nacionales del género.
Sobre este libro, “Los recuerdos sagrados”, escribió Elisa Mújica, escritora santandereana, miembro de la Academia Colombiana de la Lengua: “El lenguaje con que se narran estas cosas se oye como pronunciado desde lejos, envuelto en nieblas, instrumento necesario pero desesperanzado, como a punto de extinguirse, como si la protesta fuera inútil. El trastrueque de tiempos y personas verbales no es aquí un truco sino algo necesario a la vida interior del relato, sobre todo en Los grandes juegos y El cadáver, dos de los mejores. La violencia que es el hilo que los une les confiere una cierta textura novelesca. Cada personaje conoce a los demás. Lo que sucede a uno pesa sobre los otros. Los dos últimos cuentos no transcurren en el pueblo. Los protagoniza en la ciudad un hijo o nieto de la violencia, que lucha por bajarse de su carro pero sin lograrlo”. (Lecturas Dominicales, El Tiempo, 1973)
En verdad escribí cuentos más por un ejercicio de escritura que por la convicción de tener la habilidad para la narración breve, aunque gran parte de mis novelas sean en verdad breves si se miran desde la óptica europea y norteamericana.
De hecho, algunas narraciones las empecé como cuentos y terminaron siendo novelas. Por ejemplo, dos cuentos dan origen a sendas novelas: “El cadáver”, es la base de la novela del mismo nombre, y “Todo empezó con el hastío”, es el germen de “A ritmo de hombre”, ambos publicados en mi primer libro. De esta primera aparición he seleccionado cuatro para hacer parte de la presente publicación.
También pienso que mi ejercicio y desarrollo en la novela (porque primero escribí novelas que cuentos), influyó para que en mis libros de cuento se palpe siempre una unidad temática. Por eso he pensado que un libro de cuentos siempre debe tener esa unidad y quizá por eso mi segundo volumen, “Cuentos con la Mona Cha” (1999) gira alrededor del mismo personaje central.
Son narraciones que escribí con base en las experiencias que me contara mi entonces astróloga de cabecera. Algunas de sus entrevistas diarias fueron la materia prima de mis cuentos. En su primera edición (1999) en libro contiene siete cuentos, ocho en la segunda (2004) y nueve en la definitiva (2007) y una diferencia de veintiséis años entre mi primer libro y esta otra experiencia literaria. Aún no sé por qué el libro fue creciendo en esos ocho años, como si estuviera vivo. De todas formas, sólo cinco han pasado a integrar mis “Antología personal”.
Sobre mi segundo libro, “Cuentos con la Mona Cha”, comentó el escritor y crítico Jesús Alberto Sepúlveda: “Son ochenta páginas para contar cuentos de pareja con una visión tan particular como elemental de lo que transcurre a diario en el corazón inquieto de los hombres; libre de concesiones retóricas o poses eruditas, con ese lenguaje de la cotidianidad que nos convierte en lectores y en protagonistas de las mismas historias en un coro a dos voces que de pronto es la voz de todos nosotros. Son relatos recogidos y armados en cualquier calle de la avenida Jiménez de Bogotá o en un edificio del barrio Belén de Ibagué en una noche de aguacero y apagón, en un asadero de pollos donde se presume la muerte en la presencia inesperada de un hombre extraño que aparece como un fantasma; en un apartamento de escritores amigos entre tragos de whisky y conversaciones literarias; en los angostos e iluminados pasillos de un hospital donde se juega con el dolor y la pesadilla; o en un consultorio donde la Mona Cha lee los designios de los días por venir en las cartas premonitorias dibujadas con las estrellas del zodiaco. Otro libro en la ya extensa cuenta de Benhur Sánchez Suárez para enriquecer desde sus historias nuestra narrativa, la cotidianidad”. (Tolima 7 Días, Ibagué, martes 23 de julio de 2004, p. 20)
A mi tercer libro lo titulé “Historia de los malos tiempos” (2012), y en él reúno una serie de narraciones publicadas en diversos medios literarios, como revistas, suplementos literarios y portales de Internet, así como antologías nacionales y extranjeras.
Abarca el período transcurrido entre la publicación de mi primer libro y el segundo, algunos de antes del primero. Sólo el cuento que da título al libro es nuevo. De este libro siete cuentos hacen parte de la presente selección y, paradójicamente, son el aporte mayor en comparación con los otros.
En realidad la publicación de esos cuentos en el tercer libro no me gustó para nada porque, si bien es un rescate de los que habían quedado perdidos, cada uno con su valor intrínseco y de contexto, tienen diversa calidad narrativa por las diferentes épocas en que fueron escritos y antes que mostrar una evolución positiva, dejan la impresión en el lector de una calidad dispar y en entredicho.
Quizás este hecho compruebe por qué mi producción cuentística sea bien escasa aunque la selección que he hecho para este volumen puede ofrecer al lector un resultado mucho más interesante que el intento de rescatar para gomosos y estudiosos del género unas narraciones breves de un escritor predispuesto a las narraciones de largo aliento.
Dejo a mis lectores, por decirlo de alguna forma, el veredicto final.
Altos de Piedrapintada, Ibagué, 2014


viernes, 2 de mayo de 2014

Introducción a mi novela Así es la vida amor mío, publicada por Pijao Editores en su colección Maestros Contemporáneos.
Detrás de mi novela Así es la vida amor mío
Todas las búsquedas que he hecho en mi vida para compartir con mis contemporáneos la cotidianidad que me impresiona me llevó, por los vericuetos de la investigación, inevitablemente a la Historia. Y así como descubrí que la vida cotidiana se falsea o se distorsiona en la mirada de cada cual, la historia oficial también está plagada de ausencias, desconocimientos, falsos paradigmas y personajes mentirosos.
Basta un poco de curiosidad para husmear en documentos y archivos y encontrar la otra historia o, como se dice vulgarmente, descubrir lo que no está escrito para inventar lo que hace falta a punta de imaginación, creatividad y valentía.
Eso me pasó con esta novela. Desde muy niño oí a Serafín Sánchez Vargas, mi padre, hablar de Reynaldo Matiz y de su sacrificio. Su admiración y su afinidad eran políticas. Sin embargo, muy fragmentado era su recuerdo sobre este héroe regional y era también muy poco el acervo bibliográfico del cual podía disponer para conocer esa vida y ese sacrificio. Presentía que mi padre lo engrandecía más de lo debido y tal vez por eso me sentía impedido para escribir semejante historia.
Sólo hasta 1990, cuando Jonathan de la Sierra (seudónimo de Jorge Alirio Ríos, periodista y escritor tolimense, de Chaparral, radicado en Neiva) publicó una biografía de Reynaldo Matiz bajo el título de “El Fusilado de Tibacuy”, volví a vibrar con el tema y a querer saldar la deuda con mi padre en honor a su recuerdo.
Fue entonces cuando le dije a Jonathan: “Tú ya tienes todo el material. O escribes tú la novela o la escribo yo”, y él me respondió, con la humildad de los grandes, “escríbela tú” y me facilitó la documentación.
Así me embarqué en la tarea de novelar la vida de un personaje fuera de serie, con la obligación de no caer en la tentación de exaltarlo más allá de lo humano, pero con la libertad de crear los elementos necesarios para rellenar los inmensos huecos que el desprecio político y la indiferencia habían instaurado con el legado de su vida.
En esta oportunidad mi coartada para recuperar la memoria de Reynaldo Matiz, personaje asesinado en Neiva en la década de los años veinte, fue contar la historia desde la perspectiva del asesino. Fue mi manera de humanizar al mito, aquel personaje convertido en nombre de escuelas, colegios y barrios de la ciudad en Neiva, pero desconocido por casi todos como pensador, como ser humano.
Tal vez a los que les gusta las estatuas no les entusiasme mi planteamiento ni mi ambición de descubrirlo con defectos y virtudes y prefieran que siga siendo estatua. De todas maneras, sólo les pido a quienes quieran condenarme o salvarme en este intento de volverlo presente, que lean la novela.
En palabras del escritor y crítico Gustavo Adolfo Quesada, “lo que se pide a un novelista, independientemente de su tema, sus soportes estructurales, su técnica, su estilo, su visión del mundo y su perspectiva, es que nos ofrezca el goce de un buen romance, para lo cual todo lo demás son apenas premisas, las herramientas del taller, que la experiencia, el oficio y el rigor deben disponer para el trabajo. Cuando leemos una novela buscamos por el camino de la inserción en una buena escritura, el asombro, el placer, el dolor, el goce en definitiva, que surgen de los planos cruzados del tiempo y el espacio, de la verosimilitud, diferente de la veracidad, de la intensidad dramática, del juego de las pasiones y del desenlace. En fin, le pedimos una visión de la vida y de los hombres. En otras palabras, le pedimos poesía. Con maestría y a partir de una polifonía de voces, de un juego de miradas distintas (el narrador omnisciente, el informante o entrevistado, el monólogo interior de Arcadio y la displicencia narrativa de Reynaldo, quien se sabe protagonista ante su auditorio y quizás ante la historia y no tiene recato para construir su imagen) Benhur nos conduce, con un lenguaje sobrio y exacto, con momentos de alta poesía (el amor por Irenne, las nostalgias de París, el río Magdalena, la cacería, el ascenso a la Sabana, el enamoramiento de la guerrillera), paso a paso, avanzando y retrocediendo por el tiempo convencional, a la crisis y al colapso, es decir, al momento que condensa la historia y las irracionalidades puestos en escena en un sólo minuto. Es el destino: el de Arcadio, que no puede escapar a las demandas del mundo, representadas en el imperio de su padre, y tiene que asesinar a quien más se le asemeja; y el de Reynaldo, que acude al llamado de la muerte sin un presentimiento. El tiempo de la narración es un crescendo que va tejiendo la trama hasta la explosión final, hasta el balazo que no escucha. Ahora sí entendemos el título en toda su significación. Son inútiles las intenciones de los protagonistas”. (Boletín Cultural y Bibliográfico, Vol.XXXIII, No. 42, Bogotá, 1996)
Para un escritor es siempre sorprendente la manera como los lectores y, mucho más, los especialistas, abordan y responden frente a la lectura de su obra. A veces lo halagan, en otras lo desconocen, muchos se alegran o se molestan, según el caso.
Para mí, siempre será un honor que se ocupen de mi obra, cualquiera sea el sentido de su comentario. Por ejemplo, Gustavo Barragán Perdomo, profesor y crítico literario, comenta: “Benhur Sánchez reconstruye no sólo la vida de este destacado personaje sino que retrata la sociedad de principios del siglo XX con todas sus dificultades políticas, económicas y religiosas: con sus odios, su intolerancia, sus masacres, que de alguna manera ayudan a explicar el doloroso momento actual. Permite observar una Colombia que intentaba despertar hacia la modernidad pero con el estigma de unas estructuras coloniales en una sociedad aún decimonónica. La obra tiene dentro de su escenografía la Guerra de Los mil días o De los tres años (1899-1902) que enfrentó a liberales y conservadores en una confrontación fratricida que dejó al país casi destruido y rotos sus valores fundamentales, en particular el respeto por la vida. Sin embargo, Así es la vida, amor mío no es un libro de historia. Los acontecimientos históricos le ofrecieron a su autor las posibilidades para escribir una deliciosa novela que se lee de un jalón. Su lenguaje es agradable y poético. Resultan de una particular belleza las descripciones que se hacen sobre el viaje que hace Reynaldo de Neiva a Girardot por el río Magdalena, en champán, y luego en mula hasta Bogotá. Benhur Sánchez, en esta obra de madurez y en la que aprovecha recursos estilísticos heterogéneos, alcanza un nivel de universalidad que le permite trascender lo estrictamente nacional. (Puesto de Combate, Bogotá, Nos. 51-52, 1997)
Publicada la novela, una noche de 1998 en Bogotá, en un acto cultural, se me acercó una señora elegante, de edad avanzada, y me dijo que había oído decir que yo había publicado una novela sobre Reynaldo Matiz y le interesaba conocerla. Luego de una corta conversación me confesó que era hija de Reynaldo, que venía poco a Colombia y que la familia, desde el asesinato de su padre, se habían refugiado en Estados Unidos. Se imaginarán la emoción que me embargó en esos momentos. Me explicó que recopilaba todo acerca de Reynaldo porque quería que sus nietos, gringos por supuesto, tuvieran un conocimiento lo más completo posible de su bisabuelo. Me dio sus señas en Bogotá y antes de que emprendiera el regreso le hice llegar un ejemplar de la novela. Ella prometió comentarme sus impresiones después de su lectura.
Nunca me escribió. Aún tengo la duda de si no le gustó mi planteamiento literario y por eso su silencio o por aquello de las premuras de su viaje mis datos se perdieron con el papel donde consigné mi deseo de recibir esa confrontación tan importante.
Me lamentaba aún de no haberla conocido antes de publicar la novela cuando supe que Irene Balas, la esposa francesa de Arcadio Perdomo, vivía aún en Bogotá y tenía una boutique de la cual derivaba su sustento. ¿Debí buscarla o dejar que fuera otra leyenda, de esas que surgen alrededor de las obras literarias?
Sin embargo, por encima de toda consideración, creo que le cumplí a mi padre con la escritura de esta novela. Tal vez a él le hubiera gustado leerla aunque estoy seguro de su incredulidad frente al planteamiento que utilicé para llevar a Reynaldo al universo de la literatura.

Altos de Piedrapintada, Ibagué, 2014.

jueves, 27 de febrero de 2014

Para recordar a Jorge Ernesto Leyva

Aún resuena en mi memoria la voz de Humberto Tafur Charry, escritor huilense ya fallecido, cuando en la década de los años sesenta recitaba en cantinas y escenarios públicos un poema que llenaba su corazón. El autor del poema era Jorge Ernesto Leyva. Aún muy joven, pensaba yo que el autor debía ser uno de aquellos personajes del parnaso colombiano, ya fallecido. Uno de sus versos decía “yo no puedo sembrar flores donde se venden escopetas”.
Lo conocí en Ibagué y la emoción que sentí al verlo fue enorme. Tener al lado una de las voces contestatarias y sociales más relevantes de la poesía nacional, me llenó de orgullo. Además, no sólo estaba vivo (nació en Ibagué en 1937) sino escribiendo con la misma emoción y la misma lucidez de aquellos versos que se quedaban en la memoria de la gente. Su secreto radicaba en resumir en su poesía sentimientos profundos del alma popular, sus deseos reprimidos, y llevar a la literatura, con calidad meritoria, el sentimiento de los pueblos.
Después de seis años de su muerte (Bogotá, 2008) escribo estas palabras para recordarlo, porque me duele que el olvido cubra sus obras, como tantas otras de nuestros autores ya fallecidos. Jorge, o Jorgesito (como contaba que le decía Pablo Neruda) había nacido en Ibagué en 1937 y estudió en el Colegio San Simón de su ciudad natal. Uno de sus biógrafos, el maestro Rogelio Echavarría, nos dice de él en su libro Quién es quién en la poesía colombiana lo siguiente:
Estudió derecho y ciencias políticas en la Universidad Libre de Bogotá. En París fue periodista, activista de la revuelta estudiantil de mayo del 68 en la barricada de Gay Luzca; vendedor de frutas en Les Halles, cantante de tangos en el Bar Veracruz de la Garé du Nort. Siguió un largo periplo en el cual estudió literatura, historia del cine y del Oriente (India y China). Visitó Praga y Estocolmo, donde fue profesor de literatura colombiana en el Instituto Iberoamericano. Allí fue alumno de Carpentier, conoció y fue amigo de Neruda, Asturias, Himmet, De Greiff, Dalton y Alberti. En Pekín participó en la revolución cultural maoísta y fue periodista de Radio Pekín. En su patria chica fundó la Extensión Cultural de las Universidades del Tolima y Libre de Bogotá, así como la de su departamento en 1959. Director del Instituto Tolimense de Cultura y de los suplementos literarios de Tribuna Gaitanista y de El Cronista de Ibagué. Ha traducido a poetas franceses”.
El legado del maestro, fuera del recuerdo entrañable de su amistad, de su humanismo siempre activo, se encuentra contenido en sus libros publicados “No es una canción” (1959), “Poemas de ausencia” (1962), “La ceniza es el infinito” (1963), “Territorios y ausencias” (1978), “Diario de invierno” (1975 y 1992), “Memorias de los caminos, (antología publicada en 1996), “La siesta de los dioses y otros poemas” (2002) y “Sólo amor” (2008) También dejó consignada la historia de Ambalema en su libro Santa Lucía de Ambalema: historia de la nostalgia y preparaba igualmente la historia del Colegio San Simón.
Leerlo es el mejor homenaje que se le puede hacer a quien vivió para la cultura y la poesía.
El crítico Jorge Ladino Gaitán habla de su libro Diario de invierno en los siguientes términos:a través de una poesía equilibrada explora, en la expresión y profundamente evocadora, las contradicciones de las guerras, la soledad de los caminantes y la fraternidad de los exiliados. Este poemario fue escrito en París en la década del sesenta. En 1975, el Centro de Publicaciones y Ayudas audiovisuales de la Universidad del Tolima publica “Diario de invierno”, un libro donde, además del poemario del mismo nombre, figuran otros textos líricos donde subyacen, en forma más pronunciada, temáticas de corte social. Precisamente éstos poemas dejarían de aparecer en las antologías del autor o en un libro editado en 1992 por la Editorial Magisterio que, bajo el nombre de “Diario de Invierno” recoge, además de los poemas escritos en Paris, dos poemarios titulados “Tzunguo, el país del centro” y “Poesía de ausencia”.

El viaje definitivo del maestro dejó un gran vacío en la poesía colombiana. Y en sus amigos la honda tristeza de su ausencia.